Los autorretratos digitales, popularmente llamados autofotos o selfies, son las fotografías que se hace uno mismo, solo o en compañía mediante un dispositivo digital (cámara, móvil, Tablet, webcam…) y que comúnmente se sube a la nube, concretamente a las redes sociales. Esta práctica, que se ha extendido y que es tendencia, pone de manifiesto cómo la creación y producción audiovisual digital vive un proceso de cambio en las nociones y conceptos de la mano de la ética y la estética del actual.

En tanto que nuevo fenómeno, las selfies suscitan interrogantes a su alrededor, los mismos interrogantes que pueden plantearse ante la emergencia de las nueva de las tecnologías de la información y la comunicación, las cuales comportan la aparición de nuevas dimensiones estéticas y comunicativas.
De entre estas cuestiones, este artículo tiene como objeto conocer si las selfies muestran la realidad o el yo verdadero de los autorretratados o son producciones audiovisuales artificiosas fruto de la banalización de la imagen digital. O dicho de otra manera, se pretende descifrar las características de la autofoto y su significado más allá de la generalización de la definición que se le otorga al término (autofotografiarse y colgar la fotografía en las redes sociales), es decir, las claves sociales de la práctica selfie.
Selfies: del autorretrato pictórico a la imagen digital.
Antes de adentrarnos en los autorretratos digitales, nos detendremos en el inicio del autorretrato fotográfico “tradicional” y analógico: el fotógrafo Robert Cornelius realizó un daguerrotipo y el primer autorretrato que se conoce de sí mismo en 1839. La cámara de cajón portátil Kodak Brownie en 1900 hizo del autorretrato fotográfico una práctica extendida, la cual solía realizarse con la ayuda de un espejo y de un objeto o trípode para estabilizar la cámara.
Aunque este artículo se centra en el autorretrato fotográfico, cabe mencionar que éste es heredado del autorretrato pictórico, el cual, aunque presente durante varios siglos, es conocido sobre todo por su importancia en el Renacimiento y en el Barroco. Así pues, nos encontramos con un escenario donde el autorretrato se veía reducido a una práctica minoritaria y/o artística que, en el siglo XXI y con la irrupción de las TICs, se transfiguran en una práctica difundida, ligada a la estética y comunicación digital hiperrealizada.
Las selfies son producciones audiovisuales digitales interactivas, autónomas y singulares que forman una unidad, que se amplía hacia la multiplicidad, des del relato lineal al discurso plural. En esta línea, Raúl Minchinela nos dice que “la selfie, en suma, es lo contrario del retrato, porque el retrato busca la obra singular mientras que la selfie es parte de una secuencia. Solo tiene sentido rodeada de las demás, articulando una normalidad que se compone de aventuras y de accidentes, de dispendios y de tiempos muertos. La selfie se ha malentendido en la dicotomía entre el ser y el parecer: la selfie es ser”.
Este territorio discursivo hipertextual va de la mano de la sociedad, está sometido a cambios y transformaciones continuos según las necesidades y/o gustos de diferentes colectivos. La pluralidad, pues, es una característica inherente a la comunicación (hipertextual) y producción audiovisual.
En el marco de la pluralidad y de la SIC (Sociedad de la Información y el Conocimiento), todas las personas pueden tener una imagen pública, siendo las selfies una herramienta para mostrar y compartir experiencias y vivencias personales, como como presentación y representación personal, para autoexponerse ante la sociedad digital, donde se pone de manifiesto las transformaciones y negociaciones de la división entre lo público y lo privado.
En la red, parece que a algunas personas les parece que las selfies están en vía de banalización por el uso masivo que recientemente que se le está dando; pero cabe mencionar que Oxford Dictionary calificó selfie como “Palabra del Año 2013”, así pues lejos de la futilidad de la palabra y de esta práctica, a través de este hecho comprobamos la transcendencia del fenómeno del autorretrato digital. Otra muestra de la importancia de esta tendencia es el estudio de la misma en diferentes ámbitos, por ejemplo el estudio que la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) ha realizado, el cual determina que las personas que sienten “el deseo compulsivo obsesivo para tomar fotos de uno mismo y publicarlos en los medios sociales como una forma de compensar la falta de autoestima y para llenar un vacío en la intimidad” padecen de selfitis.
Pero no sólo las personas que quieren aumentar su autoestima o incrementar su interacción social realizan selfies, sino que muchos las usan a modo de diario o simplemente por autocaptar un momento o experiencia que quieren inmortalizar. Un buen ejemplo de este deseo por captar el momento es el de la selfie de la entrega de los Oscar 2014, la cual ha sido uno de los «momentos más destacados» de 2014 de Twitter, según la propia red social.

Extender el brazo con el móvil para hacerse una selfie, ponerse delante de un espejo con la cámara o dispositivo digital en la mano, e incluso el uso del autodisparador, es una práctica que acontece como un gesto consuetudinario y cotidiano.
El significado de las selfies y su profundad banalidad
Como se viene apuntando en las líneas anteriores, la complejidad de las autofotos va más allá del hecho de fotografiarse a uno mismo: la importancia radica en el por qué se comparten en las redes sociales. Primeramente, para presentarse, para configurar una marca digital, pero también para interactuar, para mostrar o demostrar al otro pedazos de vida escogidos meticulosamente para, probablemente, obtener un feedback de los posibles destinatarios. Sin embargo, paralelamente el autorretrato refleja a una realidad momentánea y efímera, una situación concreta que al final será compartida.
En la SIC existen diversas paradojas como éstas, que dejan de serlo tras difuminarse las fronteras, tanto de lo público como de lo privado, de lo preparado y de lo espontáneo, porque los flujos de espacio y tiempo se entienden desde una nueva perspectiva. Querer hacerse una selfie, por ejemplo, una vez al día para mantener informada a la “audiencia” no tiene por qué significar que la autofoto sea un montaje: su programación no indica por antonomasia el artificio, más bien al contrario, es una captura controlada (o no) de la realidad, donde realmente prima el deseo de compartir la experiencia vivida, o la vida misma.
Sí pues hacerse una selfie significa mucho más que presentarse o mostrarse ante la sociedad digital: es también una expresión del yo, una manera de encajar en la cultura audiovisual digital en primera persona, es una forma de relacionarse e interaccionar, un modo de relato donde el yo del autorretratado se conecta en red con los de otros, haciéndolo estar conectado a nuestra sociedad hiperreal donde el valor del uso digital de la imagen se vertebra con el mundo globalizado.
¿En este proceso de cambio donde la tecnología varía vertiginosamente habrá cabida en el futuro para las selfies? Probablemente sí, puesto que ante la imposición de lo global existe una reafirmación de lo local, de la individualidad y del yo, que sin duda alguna, pretende y seguirá pretendiendo estar conectado a los procesos de cambio en las nociones y conceptos de la mano de la ética y la estética audiovisual actual, y las autofotos sin duda, lo consiguen: consiguen formar parte de la cultura de masas.
Las selfies sufren el riesgo de banalización y descualificación como otros productos culturales masificados, pero al mismo tiempo estos productos cumplen una función social, propuestas opuestas pero que conviven y se sintetizan y extrapolan al debate sobre la industria cultural de la nube, que todavía se encuentra en una fase de estudio y prospección en la SIC, a través de la búsqueda de nuevas pautas para la comprensión crítica necesaria de la cultura audiovisual digital.
Puede ser usado como un buen pasatiempo te permite conectarte con seres queridos o como un escape un vicio. De uno depende el uso que le demos.
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